Crisis mensual


Estoy en esos días del mes que parece que por entre las piernas lo que se me va es la seguridad acumulada durante los 25 días anteriores. A veces 25, a veces 28... la verdad es que no soy un reloj suizo. Chorreo seguridad y así, las hormonas se me quedan inseguras,  confianza intermitente: seguridad viene, seguridad va, seguridad viene, seguridad va… y la dejo ir, se va con alas, sin alas, contenida en mi interior y sacándola como un cáliz sagrado; para esto último hay que reunir el valor suficiente de mirarlo de frente, mirarme de frente… sea como sea,  el proceso continúa.

Me pregunto si tanto sube y baja de confianza tendrá efectos secundarios. Me pongo a cavilar y el drama se dispara. Ya me veo en el hospital, tirada en una camilla –no da para una cama el tema- sufriendo los efectos colaterales de tanta alteración hormonal. Me ponen una camisa de fuerza durante 3, 5, 6 días... mi mecanismo se resiste a ser preciso aunque lleve años practicando. Me marcan con una gran R de color rojo en el pecho, sobre una ropa nívea,  brillante, virgen. Y me ponen bragas, más bragas, medias y un pantalocito, no se me vaya a escapar el líquido rojo, que parece tóxico y peligroso. Por haber mirado, por decir que es rojo, me han puesto unos días extras de camisa de fuerza. Loca, más que loca.

Para el resto del mundo parece que es azul, claro, muy líquido, inoloro y que deja un riachuelo muy medido y controlado en esas compresas blancas e impolutas  con  la capacidad de neutralizar los olores, por si acaso.  Los modelos de los anuncios: niños, señoritas -son señoritas, no mujeres- y señoras, mean, menstrúan y tienen incontinencia en azul, no huelen y son muy felices cuando se taponan con estos plastiquitos blancos que les salvan de su propia toxicidad. Vuelven al mundo con una sonrisa y se libran así del aislamiento, la uniformidad toma el mando y el rebaño sigue el mismo sendero, no se nos vayan a escapar ovejas y corderos. Y venga todas a hacer ejercicio para demostrar que aquí, entre las piernas, no pasa nada.


En realidad, el resto del mundo no sabe de su existencia a ciencia cierta, sólo las empresas de alas y tapones confirman con datos económicos  y unos gráficos muy coloridos, la presencia entre nosotras de este hecho. La existencia de esta industria es una confirmación incontestable de esta realidad ambigua y esquiva pero muy lucrativa.  Parece ser que gracias a los beneficios económicos que genera, ha dejado de ser una leyenda urbana: da dinero, luego existe. 

La voz serena y el sentido común asoman desde dentro y me paran la imaginación: el mundo se paralizaría si fuese así. Con estos cambios   lleva conviviendo la humanidad femenina desde que se juntaron las hormonas suficientes. Cambio, proceso, líneas curvas y no rectas, ciclos dispares, lunares, vivos, en movimiento. Y yo sigo con mi hemorragia de seguridad y no hay tampón que pare esto. A veces, se acaba como una pesadilla, otras deja resaca. Despiertas mareada, te estregas los ojos y miras alrededor, comprobando somnolienta que el huracán pasó. Se acabó el escape, comienza una nueva cosecha, ¿A juntar hormonas de la seguridad?  Hay que reunir las suficientes, no sea que la próxima nos pille sin la cantidad necesaria y a ver qué vamos a perder entonces.


Regla, se llama regla, es roja, espesa, clara, huele a mujer, a ser vivo, está caliente, se mueve, nos mueve. A veces nos desata, otras nos mete en la cueva. Es brillante, distinta cada vez,  personal, única, diferente, cambiante. Esté o no esté, no haya llegado, se haya tomado un tiempo o ya se haya ido. Está ahí,  nos hace y nos deshace, no hay lugar donde marcar la línea que nos une o nos separa. Existe, existimos. No es mancha, es rastro de vida.

Maravilloso dibujo hecho en un taller de conocimiento sobre el ciclo.


Comentarios

  1. La regla es uno de esos grandes tabúes de la sociedad. Como sugiere el artículo, lo que no se nombra, no existe, o solo existe a través de la publicidad, que es otra de las maneras de adulterar la realidad.
    Un texto muy valiente, no exento de esa crítica social necesaria para que una realidad cotidiana salga del armario de una vez por todas.

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