Al quedarme sola entro en una especie de arrobamiento. Me invade un estado de bienestar y armonía similar al que siento en mi paisaje interior. Me pasaría el día y la noche contemplando. Quisiera acercarme a las figuras y admirarlas una a una, pero algo tira de mí. Me dirijo al centro de la escena, al ojo del hombre-luna. Es sólo una presencia. Todo está en su sitio. El movimiento es estático. ¿Y el mensaje? Una felicidad ligera en busca del amor. Aparecen las primeras señales, como los toques de luz que anuncian el amanecer. No pertenezco a nada. Nada me condiciona porque el amor no se ha manifestado todavía ¿Estaré en el limbo? El amor es dolor. Si se trata de elegir, elijo el amor-dolor. Quiero aprovechar mi tiempo. Necesito compartir esta dicha que está creciendo en mí; deseo la fusión con otro ser; elijo el placer y la alegría del amor aunque no sean duraderos. Deseo experimentar intensamente, saberme viva.
Imagen de Colleen ODell en Pixabay Pocas alegrías comparables a ir encontrándote con un montón de viejas conocidas cuando te regalas unos días de paseo. Con Carmiña (Carmen Martín Gaite) había quedado, no fue una sorpresa, pero sí un grato reencuentro. Sin embargo, ni con doña Emilia ni con mi adoradísima Carmen pensaba verme en esos días. ¡Qué felicidad infinita cuando se producen esas coincidencias! Carmen llegó en forma de libreto teatral, un hallazgo inesperado. Completamente desconocedora de su existencia no pude más que emocionarme y agarrarla entre mis brazos para que no se escapara. Sí que me perdí la función, imposible encontrar entradas, pero no sabía que se había publicado el libreto. Y claro, fue el resultado de acercarte a una de esas casetas que, por el nombre que corona su espacio, no atrae a nadie: Ministerio de Cultura . Allí estaba Carmen (Laforet) y el libreto de la adaptación teatral de Nada del dramaturgo Joan Vago. Lo de d...

Comentarios
Publicar un comentario