Al quedarme sola entro en una especie de arrobamiento. Me invade un estado de bienestar y armonía similar al que siento en mi paisaje interior. Me pasaría el día y la noche contemplando. Quisiera acercarme a las figuras y admirarlas una a una, pero algo tira de mí. Me dirijo al centro de la escena, al ojo del hombre-luna. Es sólo una presencia. Todo está en su sitio. El movimiento es estático. ¿Y el mensaje? Una felicidad ligera en busca del amor. Aparecen las primeras señales, como los toques de luz que anuncian el amanecer. No pertenezco a nada. Nada me condiciona porque el amor no se ha manifestado todavía ¿Estaré en el limbo? El amor es dolor. Si se trata de elegir, elijo el amor-dolor. Quiero aprovechar mi tiempo. Necesito compartir esta dicha que está creciendo en mí; deseo la fusión con otro ser; elijo el placer y la alegría del amor aunque no sean duraderos. Deseo experimentar intensamente, saberme viva.
(Hoy me apetece recuperar este texto que escribí hace unos años, porque el paso del tiempo se me sigue antojando confuso y extraño. Hoy, como ayer, sufro de perplejidad respecto al reloj vital y me asombra que el mundo no se pare por ello.Otra causa no invisible, pero sí con la que sufrimos de ceguera ¿voluntaria?) Cuando vas de compras y los tacones te parecen demasiado altos y la letra de los libros demasiado pequeña, no hay duda, te estás haciendo mayor. En nuestra sociedad mantenemos una lucha infructuosa y constante contra el paso del tiempo que afecta, especialmente, a las mujeres. Resulta perverso el uso de los programas informáticos que modifican el cuerpo de las modelos y la manera en la que nos bombardean con imágenes completamente irreales y tallas imposibles de alcanzar. La vida pasa a convertirse en un lugar cómodo y cálido solo cuando comprendes que vives una evolución en horizontal donde tú eres tu único reto; lo más parecido a quitarte lo...
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