Una vida cualquiera IV (Relato)
![]() |
María nos acompañó en el sur |
Comeremos tarde para aprovechar
la mañana. Después iré a la biblioteca, a ver si encuentro los datos que
necesito para perfilar las escenas finales de la novela y cerrar, por fin, el
proyecto. Aprovecharé para dar un largo paseo, aunque sea por la ciudad.
Lisboa
está preciosa en esta época, ya va refrescando y da gusto caminar por sus
calles, donde no hay tiempo definido, donde lo viejo y lo nuevo se mezcla sin estridencias. Ya no quedan tantos turistas y todo
vuelve a tener ese sabor solo reservado a los viajeros que se quedan más tiempo
o a los que convierten cada rincón en suyo.
Jorge también vendrá. Anoche
decidimos dejarnos la tarde para esto: biblioteca y paseo por la ciudad. Qué
fácil resulta hacer planes, apenas tardamos unos minutos en organizar la agenda
y siempre terminamos entre risas con un “qué facilones somos”. Como él dice:
“si no es fácil, no vale la pena”. Resulta irónico pensarlo ahora. Fácil, fácil
no ha sido, demasiados fantasmas, demasiado dolor, pero tal vez por eso,
organizar una agenda resulte una menudencia ante todo lo demás.
María. Echo de menos a María.
María es un nombre que evoca presente. Estuvo en el sur con nosotros pero nunca
me canso de su compañía. María me ha devuelto la creencia de que no soy un ser
infinitamente solitario, de que necesito la cercanía de una amiga. Jorge no
cuenta, es parte de mi piel y eso le quita la posibilidad de ser parte de “los
otros”. Además, también él tiene ese deseo de soledad que me resulta tan
familiar. Jorge me salva del abismo, me obliga a dar unos pasos atrás cuando
estoy en el acantilado del drama.
Antes era muy propensa a dejarme caer, creo
que viví gran parte de mi vida cayendo en ese precipicio; como Alicia y la
madriguera del conejo blanco. El conejo blanco era mi drama,
mis dramas particulares: un día mientras leía en mi jardín, el conejo blanco me
distrajo de mi lectura y empecé a perseguirlo. Y cayendo por la madriguera en
la que entró, me he pasado gran parte de mi vida. La mujer que persigue sus
propios dramas, no se le vayan a escapar. Así ha sido mi vida, intensa,
siempre. Bueno, no siempre, ahora no hay drama. Ahora esa intensidad se ha matizado,
ahora hay calma, serenidad. Es curioso, ahora que no paro, que me muevo, que
vivo como el sol, sin parar de girar, ahora hay calma. Soy sol y luna. La luna
debe ser el punto drama, chiquito que me queda de mi vida pasada. Como un pin
en la solapa, un adorno: una luna con su lado oculto.
Jorge no es un salvador, como el
de Sant Jordi, que rescata a la
princesa del dragón. Y yo no soy una princesa, nunca lo fui. Siempre detesté
todo lo que tenía que ver con princesas y vestiditos de tul. Solo me permití
que me gustara el rosa cuando pasé los treinta. Digamos que pasé de niña con
pantalones y las rodillas peladas directamente a reina. Sin trámite alguno.
Estaba mayor para ser princesa y ponerme vestiditos con vuelos.
¿Continuará?...
Un texto de difícil clasificación e interpretación ambigua y a pesar de eso, o quizás en parte gracias a eso, tan intenso y sincero, y desde el arranque tan sugerente como cautivador.
ResponderEliminarHola Elizabeth! Aún no he tenido tiempo de hincarle el diente a tu libro pero estoy deseándolo. El relato me encanta. Espero que haya más. Besos. Vero.
ResponderEliminar