Una vida cualquiera III (Relato)
Ana quedó en llamarme hoy sin
falta para ver cómo lo llevaba. Tengo que tener algo hecho. A pesar de nuestra
amistad, se toma su trabajo de agente muy en serio. Casi me siento como una
niña que no ha hecho los deberes si me pilla sin las tareas terminadas. En otra
vida tuvo que ser profesora, de esas con gafas de montura gruesa y vestidos
tipo bata que se atan a la cintura, de las que obligan a los niños a rezar el
padre nuestro antes de volver a casa. Seguro que me hubiese dado miedo… ¡Ya me
lo da ahora!
Querían sacar el libro en Francia
para Navidad ¡Qué alegría! Si al final se cierra el acuerdo, París será nuestro
próximo destino. Tiro porque me toca y cuento veinte: París. Si es así,
repetiremos estrategia: primero compromisos en la capital y luego unos meses
recorriendo el país, antes de instalarnos. Jose dijo que se sumaría a la
“excursión francesa” y Max que vendría a casa cuando estuviésemos instalados en
París.
Fíjate, “casa”, nuestra casa en un país que ni siquiera conocemos, una
casa inexistente aún… y ya es casa. Tal vez sea la propia palabra la que lleva
consigo todo el calor, la estabilidad y el cariño necesarios para hacer tu vida
en ese espacio. Una palabra que se despliega, se abre y se cierra, para que
puedas volver a desmontarla y llevártela a otra parte y ya no necesites una
partida de nacimiento, un empadronamiento, un certificado como que eres de aquí
o de allí. Eres de “casa” y esta casa va conmigo donde yo vaya.
No puedo olvidarme de llamar a la
revista. Magie me dejó un recado diciéndome que tenía algo que proponerme y la
curiosidad me puede. Mi vida está llena de profesoras que me piden los deberes.
Eterna estudiante. Algún día tendré que emanciparme y hacerme mayor, también en
este sentido.
Quizá debería decir que tendría que pasar de estudiante a
profesora pero eso me da mucha pereza. Yo qué voy a enseñar, nada, ni siquiera
podría mostrarles mis cicatrices para que aprendieran de los palos que me he
llevado. La gente joven es inmune a esas historias del pasado, piensan que nada
puede dañar su piel inmaculada, limpia, virgen de dolor, ansiosa de historias
que marquen su propia piel.
Ya tengo pasado, es sorprendente. Cuando era joven
y pasaba horas charlando con Olivia, arreglando el mundo en las madrugadas -el
día era demasiado vulgar para nuestras mil horas de conversaciones-, recuerdo decirle
que ya teníamos pasado y que eso significaba, inequívocamente, que nos
estábamos haciendo mayores. Si éramos mayores entonces… ¿Qué será de Olivia? La
echo de menos, nunca he dejado de echarla de menos. Olivia es el espacio que
nunca se llenará.
Continuará...
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