Con Carmiña (Carmen Martín Gaite) había quedado, no fue una sorpresa, pero sí un grato reencuentro. Sin embargo, ni con doña Emilia ni con mi adoradísima Carmen pensaba verme en esos días. ¡Qué felicidad infinita cuando se producen esas coincidencias!
Carmen llegó en forma de libreto teatral, un hallazgo inesperado. Completamente desconocedora de su existencia no pude más que emocionarme y agarrarla entre mis brazos para que no se escapara. Sí que me perdí la función, imposible encontrar entradas, pero no sabía que se había publicado el libreto. Y claro, fue el resultado de acercarte a una de esas casetas que, por el nombre que corona su espacio, no atrae a nadie: Ministerio de Cultura. Allí estaba Carmen (Laforet) y el libreto de la adaptación teatral de Nada del dramaturgo Joan Vago.
Lo de doña Emilia (Pardo Bazán) fue la anécdota de la jornada. No me lo podía creer. Desconocía por completo que se hubiese reeditado ese maravilloso libro, raro donde los haya, de formato imposible y de peso injustificable en estos tiempos que corren. Da igual, a quién le importan las modas cuando somos capaces de llevarnos tan bien con amigas de otras líneas cronológicas, que nos acompañan como si tomáramos el té cada día en el Café Comercial, donde no hay calendario ni límites espaciales.
A ese libro gigante lo descubrí revolviendo entre las enormes estanterías entre las que me paseo cuando necesito perderme en/de mi lugar de trabajo.
Ella, coqueta y con un infinito afán de protagonismo, no se quedó solo con ese encuentro y volvió a hacerse presente. He de decir que he alterado la línea temporal, pues esta que acabo de relatar fue la cita que tuvo lugar ya cuando abandonaba el Paseo de los Carruajes (ya sé que es "coches", pero a doña Emilia le pega más esta elección de término).
El primer día de mi paseo, la condesa se me apareció con la promesa de contarme su experiencia como profesora de la universidad. Como en tantos campos, en este también fue una pionera. Aún no hemos tenido esta conversación, pero me urge sentarme a qué me relate cómo sucedió todo. Las informaciones que tengo sobre ese tiempo suyo, son incompletas y contradictorias.
También tuve la oportunidad de encontrarme con la hija de una amiga muy querida. A la joven la conozco menos que a su madre, aunque descubrí hace algún tiempo una maravillosa biografía donde se cuenta la vida de ambas (de Charlotte Gordon, editorial Circe). Fabulosa, no se la pierdan.
La muchacha en cuestión es Mary Shelley. Me he vuelto a tropezar con uno de sus diarios publicados, preciosamente encuadernado y espero que en mejor edición que el primero que cayó en mis manos hace ya meses, de otra editorial, que me dejó mal sabor de boca.
Ese mismo día, cuando ya iba con Mary bajo el brazo, se me apareció una señora a la que le tengo gran respeto y aún no me atrevo a considerar amiga. Tras leer sobre ella y encontrarme su nombre junto a otras vidas en las que me he iba adentrando, me despierta una curiosidad enorme y una profunda admiración y tropezarme con una selección de sus textos autobiográficos supuso una sorpresa maravillosa, que interpreté como una invitación para sentarme a escuchar sus palabras, pues no nos conocemos como para establecer un diálogo y su altura intelectual me intimida: doña María Zambrano.
Otra entrevista inesperada fue con Charlotte (Perkins Gilman). La encontré en su papel de socióloga pionera, y no en su labor literaria, espacio en el que hemos coincidido en repetidas veces. Este papel suyo se me antojó original y que se encontrara entre los títulos del CSIC, otro nombre de caseta al que pocos se acercaban; me animó a proponerle que me diera algunas charlas sobre esta cuestión, así que me sentaré devota a aprender de sus palabras, como siempre.
Tantas amigas que solo vi de pasada, que no se vinieron a casa conmigo; amigos también, desde luego, pero con ellas siempre ha sido diferente. Seguramente porque tardé más en darme cuenta de que no tenía tantas amigas de papel como yo creía. Y, de pronto, solo notaba la ausencia y me puse a hacer lazos literarios y a ir en su encuentro. Eso fue hace años, y ahí sigo, buscando una y mil veces volver a encontrarme a las que ya considero de la familia, descubriendo nuevas, dejando que algunas se conviertan en verdaderas amigas y que unas me lleven a otras. Viviendo otras vidas y sintiéndome muy acompañada en la mía, aunque sea desde esas distancias, aunque nos separen años, siglos y kilómetros, pero que me han enseñado que las experiencias de unas y otras, y las mías, no distan tanto. Terapias de papel, soledades compartidas.
Amigas con las que siempre puedes contar, desafiando al espacio y al tiempo. Gran texto.
ResponderEliminarGracias. Otras vidas en las que sumergirse. ;-)
EliminarLas amigas siempre acompañan aunque no las veas están ahí. Me ha encantado el paseo...
ResponderEliminarMe alegra mucho. Gracias por leer.
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